Este contenido fue co-creado por Pepsodent.Una recepción con revistas decoloradas y repasadísimas. Una luz fastidiosa que te apunta directo a la cara. Un taladrito cuyo sonido tiene un lugar ganado entre Freddy Krueger y Chucky dentro de la cultura popular. Un olor entre látex y productos de limpieza como salido de un nauseabundo laboratorio químico. Un gancho diminuto listo para excavarte los dientes. Y un doctor dispuesto a meterte la mano en la boca para desempeñar diversas y dolorosas tareas.
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Aceptémoslo. El consultorio de un dentista puede ser un lugar de terror.Todos nos hemos preocupado por el diseño de nuestra sonrisa: ese elemento que se vuelve una de nuestras cartas de presentación más notables. También por nuestra salud bucal. Nada más alarmante que morder un helado y sentir que tus dientes se quieren romper por el frío. O tomar una taza de café por las mañanas y pensar que ingerimos fuego.Este tipo de sobresaltos significan que tenemos que pasar por el dentista más pronto que tarde. Y aunque queramos; no podemos escapar de él así tengamos terror a vivir una terrible experiencia.A continuación, hablamos con cinco personas sobre sus peores historias de terror sobre la silla reclinable.
Alberto, 16. Vómito involuntario.
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Regresé y parecía que iba ser una cosa muy sencilla. Me pidió abrir la boca muy grande porque necesitaba espacio para colocarla, y en ese esfuerzo de abrir tan fuerte me dieron ganas de vomitar, le pegué en la mano a la doctora, y tiró la corona dentro de mi boca. Me la tragué sin querer y me espanté, y la doctora también un poco. Le dijo a mi mamá que no me la podía quedar porque podía ser peligroso y me llevó a un lavabo a vomitar. Me metió el dedo en la boca hasta que vomité dos o tres veces, medio llorando porque no quería, y salió el pedacito de resina entre el huevito revuelto que había desayunado. La lavó, la desinfectó y aún así me la puso. Acá la tengo todavía.Tenía mucho que ya no iba al dentista, de hecho nunca me ha gustado ir y ya solo voy una o dos veces al año para un chequeo normal. Esa vez la dentista me vio y me dijo que tenía un poco de placa en las muelas. Me pasó el taladrito un par de veces y me pidió enjuagarme en el lavabo que hay al lado del asiento mientras ella lavaba los instrumentos.
El único vasito que había en el lavabo tenía un poco de un líquido morado que pensé era algún antiséptico, y como no me había dado agua me imaginé que con eso me debía enjuagar. Me lo eché y luego luego sentí ardor y como si la lengua se me hiciera chiquita. Como si te echaras un trago de perfume, horrible. Obviamente lo escupí rápido pero ya me había quedado un sabor exagerado en la boca que aparte me dolía, como si hubiera masticado una planta de menta. No había agua a la mano pero fui al baño a enjuagarme la boca y no se me quitaba. Pasé un ratote ahí, de verdad como 15 minutos, y no podía quitarme el sabor. La doctora me dio un cepillo de dientes para tallarme y ni así.Me tardé y más o menos se me quitó. Le pregunté qué era y me dijo que era limpia pisos, uno con olor a lavanda que había dejado ahí después de limpiar. Medio despreocupada, me pidió disculpas y me dijo que no pasaba nada, porque yo pensaba que el líquido podía tener algún solvente o algo que pudiera hacerme daño. Pero no. Ahí quedó, no volví a ir con esa doctora y pasaron unos cinco días hasta que volví a sentir bien otros sabores. A la fecha, tengo ese olor impregnado en la nariz y me causa nauseas exageradas ver comerciales de limpia pisos de lavanda.
Fidel, 52. Aliento a lavanda.
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José Antonio, 46. Muela equivocada.
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Ana, 21. Convulsiones en la silla.
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