Tumby Bay, Australia
Fotografía cedida por Robert Lang (@robertlangphotography)
arte

Martín Ron: un muralista argentino entre los grandes

Martín es uno de los muralistas más prestigiosos del mundo y nos cuenta todo lo que hay detrás de una gran pared y litros de pintura.

En el taller de Martín Ron hay un auto, un aro de baloncesto, mesas con pinceles de todos los tamaños, una cuadrícula de más de tres metros de ancho y largo desplegada hacia el techo, rostros pintados en algunas paredes y un nivel superior en el que se puede encontrar desde un sofá hasta una nevera pequeña. Debajo de ese nivel hay una suerte de depósito donde hay litros y litros de pintura. En casi cualquier rincón se puede ver algún muñeco o referencia pop contemporánea hecha réplica a escala. Cuando el muralista, uno de los diez mejores del mundo, define este sitio como una sala de estar creativa se entiende el sentido de la decoración: todo puede servir de inspiración hacia posibilidades que luego lleva a un boceto y de un boceto, quizá, a alguna pared.

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Fotografía por Nolan Rada Galindo

Cuando se hurga en su pasado es válido pensar que este espacio es la versión adulta del cuarto donde Martín Ron empezó a hacer sus primeros dibujos en el mismo barrio donde queda su actual taller, en Caseros, a las afueras de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. A los siete años comenzó a ir a ver clases de dibujo y pintura con la profesora Betty Olivis. Lo hacía cada sábado desde las diez de la mañana hasta las doce del mediodía. De forma progresiva, el cuarto que compartía con su hermano se fue transformando en su primer taller con una mesa amplia donde las pinturas, los colores y el papel se mezclaban con distintos juguetes. Más de veinte años después, esa persona ha pintado murales inmensos en cualquier lugar del mundo, desde el Barrio San Nicolás, en la Provincia de Buenos Aires, hasta Australia.

A esos lugares llegó buscando lo que halló en su escuela, luego en la secundaria y a través de su primer mural, hecho en un túnel de la municipalidad Tres de Febrero, entre la calle Valentín Gómez y la Avenida San Martín. Así pasó de pintar en espacios controlados a hacerlo en la calle, percibiendo el efecto que la obra generaba en la gente. Esa resignificación de cosas se extendió hasta llegar a personas que se le acercaban con la pregunta “¿Vos hiciste…?”.

Era un adolescente dando brochazos hacia la adultez a través del foto realismo. Sin embargo, aún después de haber descubierto su habilidad, y de encantarse por el efecto que generaba en los espacios y en los otros, no se dedicó de lleno a eso. Pasó por Ciencias Económicas, Diseño Industrial y Gestión de Arte y Cultura, dejándolas a mitad de camino para volver sobre el suyo: el muralismo, como si su lugar en el mundo fuera aquel donde tiene que hacer la próxima obra.

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Conversamos con él, durante una mañana de invierno. 

VICE: ¿Cómo describes tu trabajo? 

La pintura es el trabajo de alguien que comienza a escarbar pensando que va a encontrar algo. Pero, en realidad, uno disfruta el proceso de excavar, no el hecho de encontrar algo. La pintura es el disfrute del hacer. Hay una frase que el Guasón le dice a Batman, sobre los perros que se desesperan corriendo una rueda que nunca van a alcanzar y, si lo hacen, no van a saber qué hacer con ella. ¿Qué disfrutan? Ladrarle y correr. En mi caso, lo hago utilizando una pared como soporte para hacer mi pintura. En esa búsqueda juego con lo que me da satisfacción, me pongo metas o desafíos al momento de investigar, de probar colores y texturas. No dejo de estar en contacto con la gente que pasa, mirando hacia adelante y hacia atrás para ver cómo esa obra afecta al entorno.

Hay ocasiones en las que vas caminando y piensas “esta pared necesita ser pintada”. ¿Qué te seduce de eso que ves?

Voy cazando paredes, estoy seteado para conocer potenciales obras. Más allá del tamaño o la ubicación, hay algo de espacialidad. Por ejemplo, te podés cruzar con una mole blanca. Un publicista podría ver un lugar perfecto para poner un anuncio. Yo digo: este lugar es perfecto para hacer una obra. Es un proceso rápido, como el fotógrafo que capta el momento. Me inclino hacia no forzar las cosas. Si yo digo que la pared necesita ser pintada tiene que haber armonía con el espacio. Buena ubicación, buena visibilidad y que el formato de la pared también sea interesante para hacer algo.

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Fotografía por Nolan Rada Galindo

Entra en juego la intención de resignificar espacios y relacionarte con la comunidad.

Cuando termino de pintar un mural, la pared desaparece. Nadie más ve una pared: todos empiezan a ver un mural. ¿Qué es un mural? La mirada de un artista sobre un tema en particular a través de una técnica; sé que es, al menos, para que acompañe el buen pasar, que despierte inquietud, que haga pensar o generar disfrute. Así como disfrutamos al ver un árbol, también podemos hacerlo con un mural en un contexto tan agresivo. En la calle hay mucha violencia simbólica. Por ejemplo, la publicidad no pide permiso. Se te instala en la cara. ¿Por qué tengo que fumarme eso? Los semáforos, las indicaciones… De pronto, un mural rompe con eso, propone que te detengas aunque sea un segundo. Siendo consciente de eso, uno se pregunta: ¿qué puedo pintar?

¿Cómo es ese proceso?
Muchas veces pasa que yo no soy de los lugares que recorro y pinto. Entonces, empiezo a dialogar con la gente, hacer el ejercicio de recorrer, y siempre hay un disparador o alguna historia que me seduce como artista. No tiene que ser “la gran historia” o caer en la redundancia de “voy a pintar al fundador”. Puede ser una historia mínima pero que esté en el ADN de la gente, como ese salto del muelle en Tumby Bay, en Australia, que hizo llorar a todo un pueblo.

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A juzgar por la historia, ese salto es una tradición local. Más que un mural, estás haciendo un ejercicio de memoria.

Tal cual. Estás jugando con la escala tiempo-espacio. Eso es lo que más me vuelve loco. La historia de ese pueblo de mil habitantes es que se fundó exportando granos a través de barcos que salían de ese muelle. Cuando llegué, fuimos a la biblioteca, al museo y otras zonas buscando información. Me encontré que tenía que representar algo sobre su historia, que giraba entorno al muelle. Pensé: “qué embole”. No había mucho para hacer. Me sugieren la idea de pintar a los fundadores y no quise porque sentí que el mural no iba por ahí. Entonces, me dicen: “Relájate, Martín. Vamos a la playa”. Luego me dicen: “Si vos sos nuevo en el pueblo, te tenés que tirar del muelle porque todo el mundo hace eso”. Cuando escuché que de generación en generación se hacía desde que se creó el muelle, dije: “Hay que hacer algo con esto”.  Por eso la escala tiempo-espacio hace que algo tan pequeño como puede ser tirarse de bomba desde un muelle pueda ser sellado a través de un mural, algo gigante y que dura “para siempre”. 

Tumby Bay, Australia. Fotograía de Robert Lang (@robertlangphotography).jpg

Fotografía cedida por Robert Lang (@robertlangphotography)

¿Cómo empezó tu relación con la fotografía al momento de pintar? 

En un principio me gustaba reproducir fotos o retratos. Me gustaba el efecto de la fotografía en los cuadros. No le daba mucha bola porque no estaba comprometido con la pintura de caballete. Pero me fui dejando llevar por utilizar las fotos en la calle. Era muy disruptivo que alguien estuviera pintando fotos cuando todos en esa época estaban haciendo dibujos o grafitis. Pero el foto realismo, en los murales, rompía cabezas por el efecto y por el proceso. Eso lo utilicé como recurso. No quiero demostrar que sé pintar una foto porque cualquiera con práctica puede hacerlo. Es una técnica que tenés que dominar. Lo importante es qué creás con eso. En la calle, la fotografía como recurso hace generar una ilusión. Yo me considero un surrealista urbano. Voy a generar una situación mega escalada en la calle, fantasiosa, como un realismo mágico. El mural es una situación más que está pasando en la vía pública. Cuando te sacás la foto con el mural, le estás dando vida a esa fantasía.

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Un paisaje dentro de un paisaje. ¿Recuerdas algún episodio que te marcara durante esa relación con la gente?

En general, los agradecimientos y la apertura de la gente. Lo llevo a un marco global porque pinté en distintas partes del mundo. Cuando la distancia es el idioma y la cultura, como por ejemplo en Malasia, el lenguaje universal de la pintura, la mirada y el gracias se manifiesta en el aire. Por más que te contraten, no deja de ser algo solidario. Te puedo decir, desde mi ego, que se trata de dejar mi marca. Pero dentro de eso uno quiere pintar y dejar algo que le guste a la comunidad. 

No tienes un personaje único. Las facciones y las expresiones se adaptan al contexto. ¿Cómo es ese ejercicio? 

Es un ejercicio que sale natural porque yo también estoy ansioso por representar algo. Si voy a un país nórdico, podría irme con un boceto de acá y pintar a un chico o a una chica latina. Pero no representa a la comunidad en la que estoy. Entonces, ¿para qué? Cuando viajo, trato de ir sin nada. Lo que pacto es la idea de composición sobre lo que quiero representar pero no la modelo o el modelo. Como en Rusia. Fui durante el contexto del Mundial 2018. Me interesaba el movimiento de sacar un lateral y el orgullo ruso, como sugiriendo que Rusia volvía a poner la pelota en el campo. Ese era el concepto. Luego vas viendo la fisonomía y vas reconociendo cuál es la que mejor va para que ellos se identifiquen.

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Fotografía cortesía de Martín Ron.jpg

Fotografía cortesía de Martín Ron

Necesitas respirar la cultura de la comunidad a la que llegas.

Eso es fundamental porque es la materia prima. Soy un canal. Observo información, proceso y devuelvo. Es la mirada de un argentino sobre ellos. No voy a ir a Rusia a hacer un poncho y un mate. No me interesa. 

Cuando estás en Argentina y trabajas con algún personaje icónico de la cultura, ¿es la misma dinámica?

Sí. Aunque lo dejé de hacer. Representar ídolos está buenísimo pero se vuelve muy repetitivo. No tiene lecturas más profundas sobre por qué se pintó, en qué contexto, qué simboliza o significa. Cuando pinté a Carlos Tévez lo hice en contexto de Mundial. Había como una “Tevezmanía”. Yo quería pintar una medianera porque no había antecedentes. Como pasó ese boom de Tévez y tenía el contacto de la municipalidad, les dije: “Conseguime esto que vamos a pintar a Carlitos gigante”. No me querían dar la grúa porque tenían miedo de que fuera a caerme. Cuando fui al barrio, me dijeron: “Ahí nació”. Entonces, esa era la medianera porque abajo de ella había un potrero y los pibitos estaban con la camiseta de Tévez. Por eso está bueno pintar el personaje dentro de su contexto. 

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Fotografía por Nolan Rada Galindo

Esto que dices también se puede ver en “El muro de la memoria” en la AMIA. El diálogo con el espacio y la historia. 

Es así. La gente, cuando ve una obra, vuelve a ver la esencia de ese personaje o de ese momento. De alguna manera, el artista trae eso a la vida con la carga simbólica que tiene la pintura, desde hace siglos, de que inmortaliza. Antes no existía la fotografía y se inmortalizaban escenas y personajes a través de la pintura. Mediante la pintura revivís una experiencia. La pintura es una entidad. No se mueve, pero te mueve a vos. Vive.

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Noto que la emoción inicial de hacer, cuando estabas en el colegio, sigue ahí.

Sigue ahí. Pese a todos los obstáculos. Mi mamá y mi papá siempre me apoyaron: “Dibujá, dibujá”, me decían, porque ellos sabían y ya estaban orgullosos de mí cuando era chiquito. Me hacían dibujar hasta para regalar a algunos amigos, cuando yo tenía cinco o seis años. Pese a que mi contexto y mi situación geográfica no me llevaban a la pintura, yo sigo amando el Barrio Tres de Febrero en Caseros –por al​​go tengo mi taller acá– aunque no sea el más artfriendly porque no hay mucho para ver en ese sentido. Cuando uno es pendejo, los museos de la Capital te quedan lejos. Todos mis amigos vienen de familias humildes. Entonces, nuestro común denominador es: “hay que laburar”. Ante la elección, yo mismo dudé del arte. Por eso pasé por tres carreras. Me anoté en Ciencias Económicas, Diseño Industrial y Gestión de Arte y Cultura. Las tres las dejé. Nunca tuve tiempo porque siempre había algo que me llevaba a la pintura.

¿Cuál es el estado del muralismo en Argentina?

Te puedo hacer una cronología de lo que he visto. Desde mi perspectiva, esto empezó como una contracultura importada. Los artistas de acá entraron en el streetart, que sería como la evolución del grafiti, porque venían grafitiando o porque encontraron un espacio nuevo de expresión. Esto dio una libertad única porque acá nunca estuvo vandalizado, salvo que sean grafitis en trenes. Por eso la escena fue bastante prolífera en ese sentido, porque los artistas no tenían que pintar en la oscuridad sino a luz de día, con aerosol y hacían muy buenas piezas. Se hizo una muy buena camada. Cuando me hice conocido acá, ya había gente que la estaba rompiendo. Después vino una época en la que las marcas hicieron algunos ensayos disruptivos y luego empieza la ciudad y la municipalidad a capitalizar el fenómeno, generando espacios de producción para los artistas, dándoles la oportunidad de pintar piezas grandes que, de paso, dejan un resultado que contenta al vecino. Por eso me interesa mucho pintar en la periferia. Como sé que voy a hacer ese aporte de valor, lo hago en lugares donde se necesita que el arte llegue. Crecí en Caseros. A mí me hubiera gustado levantarme, ir a jugar a la pelota y estar pateándola contra un mural y decir: “Ché, ¿cómo lo hizo?”. Hoy por hoy, en una nueva crisis y en pandemia, la iniciativa está más en el sector privado. Pasa que la gente también empieza a ver que a esos edificios “le falta un mural”. Con tantos murales que hay en Argentina…

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Es otra forma de educación. 

Sí, porque donde antes se veía una pared, ahora se ve el potencial de un mural. Eso genera cierta demanda y atracción. Antes, a las constructoras no les interesaba. Pero ahora piensan: “Qué lindo se vería un mural”. Porque ya los han visto, porque el Estado y la municipalidad, en su momento, pusieron los recursos. Es un efecto contagio. 

Y en cuanto a tendencias en el hacer, ¿cuáles están en auge?

Empiezan a aparecer todas las escuelas. Cada vez se vuelve cada vez más técnico. Los realistas se están volviendo hiperrealistas y los que tienen una búsqueda más abstracta se van por el lado de la geometría abstracta. ¿Lo bueno? Empieza a ver diversificación. En Argentina, cada artista se quiere despegar, no se quiere parecer a otro. La copia es muy criticada. Aunque muchas veces no lo está haciendo, porque uno no tiene el monopolio de los retratos: está investigando y hay gente que los asocia. Los artistas de acá son exigentes y todos tratan de construir su propio estilo. En España, por ejemplo, lo ves y te queda la sensación de que pintan todos igual pero, por otro lado, hacen escuela. 

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Fotografía por Nolan Rada Galindo

¿Qué talento te habría gustado tener?

Me hubiese gustado la música y el canto. Creo que, cuando uno es creativo, ya está vinculado con la creación. Una canción también es un ser vivo. Nunca lo hice, pero estoy seguro de que todos los que tienen una faceta artística tienen facilidad para comprender estos lenguajes. Me hubiese gustado para ver qué puedo trasladar de un universo al otro. Para complementarlos. Me hubiese gustado intentarlo de chiquito para ver si tenía talento o no. No creo que lo tenga. Pero me hubiese gustado intentarlo. Yo veo a Luis Miguel y pienso qué bueno tener esa voz

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Un error que haya marcado, para bien, tu vida.

Haber postergado la pintura en esa época. Entre el 2001-2003, iba para contador público. Podría pensar: el tiempo que perdí. No, no, no. Cada cosa en su lugar. Por ahí, si venía del palo de las Bellas Artes, no habría tenido las herramientas como para trascender. Agradezco esos tres años durante los que me desvinculé de la pintura y me reseteé como alguien más del sistema. Si no, iba a caer en la contracultura. La revolución se hace desde adentro. Yo siento que estoy revolucionando porque estoy creando cosas disruptivas pero tienen que ser amigas. No podés ir y romper todo. Esos tres años me dieron herramientas de gestión para aprender a surfear esta ola que es el sistema, generando atractivos y con un pie sobre la tierra porque también entiendo la normalidad. Si no, estaría en una burbuja de arte. Entiendo al laburante que se levanta temprano, que no llega a fin de mes, entiendo el estudiar, tomar el colectivo, algo de números. 

Eso que dices de mantener un pie en el piso tiene relación con tu sentido de pertenencia. 

Sí. Vivo en Almagro. Pero acá está mi familia, están todas mis amistades. Es el lugar que elijo, que conozco. Acá me siento seguro. En Capital es más caótico. Acá siento que me relajo. Además, está bueno el ejercicio de venir desde allá hasta acá. Si bien es un poquito lejos, ritualizás el hecho de estar acá. 

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Esto de que el niño de la escuela de pronto pasa a ser una figura pública, imagino que no es fácil llevarlo.

No lo dimensiono tanto. Yo jamás construí un personaje en torno al pintor. Cuando empezaba a pintar, era el patito feo porque pintaba fotos, lo hacía con pincel y firmaba con nombre y apellido. Sin capuchas ni seudónimos. Fui disruptivo al hacerlo así. Como no creé el personaje, sigo siendo yo. Empecé a pintar murales consciente de lo que generaba. Cuando tomé la decisión de dedicarme a esto lo perfilé hacia un lugar en el que estuviera a gusto, pensando en pintar grande, viajar, que la pintura sea más importante que yo. Esas pinturas que están en la calle son las que me transportan. Me cuelgo de mis propias pinturas. Trato de no ser más importante que las pinturas. 

¿Qué es la genialidad?
Es una distorsión. La genialidad se compone en la mente de alguien que le otorga ese poder a una cosa. Al decirlo, pongo una barrera. Entonces, tiene que ser otra la palabra, la frase: mirá qué determinación para hacer esto. La genialidad te saca el proceso. Es problema tuyo si me dices “genio”. No me hago cargo de eso. Si no me levanto todos los días a pintar y a laburar, siento que no tiene sentido la vida. Lo que para uno es genialidad para otro es libertad, con el compromiso de hacerlo bien. Eso implica investigación y que sirva para algo, para generar algo nuevo.

Si hacemos un ejercicio y puedes viajar en el tiempo, ¿qué le dirías, tanto personal como profesional, al pequeño Martín que está en su cuarto, en su pequeño taller?

Que, cuando tenga la oportunidad, invierta en BitCoin (risas). Eso como primera cosa. Siempre queda la sensación de que se pudo hacer un poquito más. Le diría: “Pintá un poquito más. Investigá un poquito más sobre pintura”. Me pasa que, mirándolo con la perspectiva, siempre quedé con el cancherismo. ¿Viste al que juega bien con la pelota? Ya está. Juega bien. Pero si se ponía bien las pilas podía haber llegado a jugar en Boca. No sé cuál es el Boca en los murales. Yo recuerdo que cuando era chico pintaba bastante pero no era un enfermo de la pintura. En la infancia, pintaba, jugaba, me gustaba mucho, estaba obsesionado con el detalle. Pero me faltaba esa adrenalina. 

Si alguien te pide un mural que represente a Argentina, ¿qué disparador surge? 

Sería el gran desafío de mi vida. Hay muchísimas Argentinas superpuestas. También tendría que hacer el ejercicio de viajar y comprender más su cultura. Una cosa es Argentina y otra cosa es Buenos Aires y su entorno. Es muy rica, hasta inexplorada. Para hacer un mural de Argentina hay que tener cuidado: ¿Qué querés contar? Hay que hacer una investigación histórica. Aparte, sería una motivación para terminar de entender dónde estoy. Uno termina de entender el lugar que habita a través del medio por el que se puede expresar, que en este caso es la pintura. 

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