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Cultură

Esto es todo lo que deberías hacer si quieres casarte con una rusa

Me enamoré de una rusa, le pedí que se casase conmigo y empezó la aventura.

La historia podría ser un clásico de la literatura romántica de hijo de vecino cualquiera. Todo empieza sin épica: con un rollo de verano por el que ninguna de las partes da ni un duro, acaba en un vuelo y un viaje por carretera a los respectivos hogares, y se inflama en un reencuentro tras múltiples peripecias amorosas a lo largo de los 365 días y pico en los que la relación se mantiene viva por algún que otro WhatsApp furtivo. No mucho más.

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Pero la vuelta a las andadas veraniegas un año después tiene algo entre la locura incontenible que nos caracteriza y la reflexión, y el concluir que ya está bien, que va siendo hora de sentar cabeza y apostar fuerte por lo que a uno le remueve cosas por dentro. Todo empieza con un simple y llano "oye, quiero que te quedes".

Esta afirmación, aparentemente inocua, tiene lo suyo cuando la receptora de la mencionada no es una habitante de los Llanillos herreños, sino una orgullosa ciudadana de la Federación Rusa. Superadas oposiciones familiares, objeciones de los amigos y tener que oír todos los tópicos que uno pueda imaginar sobre las mujeres eslavas en boca de conocidos y por conocer, llega el momento de constatar lo muy difícil que te lo ponen cuando quieres dar el paso de personarte con una extracomunitaria en un altar —o en su defecto, ante un juez de paz, o un edil o quienquiera que esté disponible ese día.

Ante todo, un dato: el matrimonio no le da derecho a la extranjera de la pareja a residir en España, le da derecho al que ostenta el privilegio de la nacionalidad comunitaria a que su cónyuge se quede con él, cual propiedad. Eso nos contó Silvia, abogada especializada en migraciones, cuando la que es ahora mi mujer y yo nos pusimos en serio con el papeleo. Esto es así durante los tres primeros años, pues luego ya tiene (¡oh, gracias!) la opción de quedarse aquí con entidad propia.

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Dado este paso, pasó a ser una de las algo más de 47.000 rusas residentes legales en España, según datos del Instituto Nacional de Estadística (INE) de 2016. Una cifra que duplica por mucho a los 23.000 hombres de la misma nacionalidad. Esta abrumadora mayoría les lleva a tejer redes de solidaridad femenina en Internet en las que intercambian desde recetas hasta información sobre los pasos que hay que seguir para obtener la residencia matrimonio mediante. Es para tomárselo en serio: si todas las usuarias fueran rusas y residentes (pues en el grupo de Facebook más exitoso abierto a este fin también las hay de las Repúblicas Bálticas, Ucrania, el Cáucaso y el Centro de Asia, o que aspiran a venir a España, no sólo chicas que la habitan) representarían casi el 40 por ciento del total de las nacionales de la Federación.

Y es que las ciudadanas de la extinta Unión Soviética saben muy bien qué significa ser parte de una mayoría abrumadora en su género: un estudio del Pew Research Center constató que siete de los diez países que conforman este espacio político-geográfico encabezan el ranking de estados con el mayor sesgo demográfico entre hombres y mujeres. Hay una media de ocho hombres por cada diez mujeres en todos los referidos. Este es uno de los motivos por los que la competencia sexual es tan dura entre ellas, sostiene Xavier Colás en El Mundo. Si te casas con una rusa, más te vale que te tomes en serio la institución matrimonial.

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Que no falte el vestido tradicional de su comunidad étnica. Imagen por Ksenia Osipova

Pero ojo con las leyendas urbanas. ¿Qué es eso de que se necesita un certificado de buena conducta? Lo primero que harán en el departamento de Interior cuando entregues los papeles es verificar automáticamente que ella no suponga una amenaza para la seguridad en España. Si tu aspirante a cónyuge no ha combatido junto a los hombres de Kadyrov en la Europa del Este no tiene por qué haber problema. Aunque nunca se sabe (si combatió con ellos, quiero decir).

En el lapso de tiempo entre el que entregas el formulario con todo el papeleo –en el que destaca el documento que certifica que ella no está casada en su país– y el día en el que firmas la perpetua (o así la llaman) os tocará vivir en un limbo legal. Da igual que tu mujer tenga carrera y hable ocho idiomas, además del tan demandado ruso nativo; lo más seguro es que, por no disponer de algún tipo de permiso provisional, tenga que hacerse cargo de niños lloricas y cobrar en negro —que evidentemente no es nuestro caso, señor inspector de Hacienda.

No es una cuestión menor la angustia que esto genera. Siempre pueden pararte y pedirte la documentación, y un pasaporte con un visado de turista caducado no es lo mejor que puedes enseñar a un agente de la ley. Las mujeres rusas juegan con la ventaja de que pasan por turistas británicas y que por el hecho de ser mujeres las paran menos, de acuerdo con Silvia, la letrada. Pero el riesgo siempre está ahí. En el peor de los casos, siempre podrás presentar la prueba de que estás inmerso en el proceso burocrático exigido para regularizar su situación. Lo más jodido es lo que sigue.

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¿Pensabas hacer un viajecito en ese medio año previo a la boda? Vas listo. Si ella sale del país ya no vuelve. Ya tendrás tiempo de conocer a tus suegros. No tengas prisa. Pero es que el riesgo permanece después de las nupcias: ni se te ocurra empadronarte en otro sitio, y ella ya se puede olvidar de permanecer medio año con la familia, pues si eso se desprende de los sellos de su pasaporte, adiós a la tarjeta de residencia. Todo esto durante unos tres años.

Yulia, una eslava treintañera radicada en una localidad de la costa catalana, lo vivió de una forma diferente. Conoció al que sería su marido antes de establecerse en España cuando estaba al frente de una agencia turística. Fue en un flechazo cuando cumplía con su deber de supervisar el hotel en el que él trabajaba: y mejor gestionado que el mío, cabe decir. Pidió un visado turístico que le duró los seis meses que de media tarda la emisión del expediente matrimonial. Menos arriesgado pero más efectivo.

El momento más hilarante del proceso llega el día del fatídico examen. Sí: el Examen. ¿Alguno de nuestros estimados lectores se sabe el segundo apellido de los suegros? Añadan a esto el handicap de memorizarlo en ruso. Difícil, ¿Verdad? Pues pruebe de transliterarlo en la lengua chuvasha de su ascendencia materna. Casi nada. Intente hacer lo mismo recitando las credenciales laborales y académicas de su aspirante a cónyuge. ¿Tiene contadas el número de puertas de su planta? Ya me gustaría verles en situación.

Si ha sido capaz de superar todo esto y no morir apuñalado en un ataque de celos de su pareja aspirante a señora en este lapso, sea muy bienvenido al club de los engatusados por una rusohablante: ya tiene un sitio reservado en la revista de bodas de la ciudad de ella, no sea el caso de que alguien en su tierra natal no supiera que está casado. Buena suerte.

Imágenes por Mireia Muñoz en el magazine sobre bodas Mi Zhenimsya ('Nos Casamos' en ruso)